Illustration by Natalia Vargas for GenderIT

Llevar nuestras memorias a las infraestructuras digitales es como un grito en la calle para decir lo que muchas abuelas no pudieron. Para recordar, traer y defender eso que la educación nos enseña que no es importante. Eso para lo que no hay tiempo.

El tejido cibernético no lleva solo datos, también lleva sentidos de resistencias y alternativas, de cultura, de sentimientos y vivencias que se tejen con otres. Queremos entender la memoria como un cable submarino de internet, como esos hilos enormes que, aunque no los estamos viendo, nos conectan con el pasado y también con el presente. Esta imagen del cable es una herramienta que utilizamos para conectar la tecnología con el sentido de las memorias colectivas de los pueblos.

Para nosotras, el hardware y el software empiezan a tener sentido en el momento que los nombramos, y en la manera como los nombramos. Habitar los  espacios tecnológicos es llevar nuestras vidas y memorias allí. Sostener una infraestructura se nos parece más a un oficio artesanal. Quien sostiene deja huellas porque tiene una manera propia de hacer las cosas, y así es como se conecta con un movimiento más grande y más potente. No solo “servimos” sino que hacemos parte de procesos vivientes; no hay “clientes” ni “usuarios” del otro lado. Procuramos entablar relaciones de cuidado colectivo donde permanentemente estamos tomando decisiones sobre lo que debe y no debe costar esfuerzo.

El esfuerzo es también una herramienta de resistencia y transformación. Como cuando utilizamos contraseñas largas para desbloquear el celular con el único fin de utilizarlo menos. Que nos cueste más trabajo, que podamos percibir ese trabajo. Quizás es menos eficiente si cuando sostenemos infraestructuras debemos nombrar y conectar sentidos con alguien más, pero es esa conexión la que nos permite ejercitar la memoria. Así como los murales y carteles irrumpen en las calles, nombramos nuestras infraestructuras digitales para traer al presente a quienes inspiran nuestro trabajo y nuestras luchas.

Berta Cáceres, Marielle Franco, Bety Cariño, Macarena Valdés y Angela Davis son algunas de quienes inspiran nuestros ejercicios feministas de memoria. Al recordarles y darles un lugar en nuestras infraestructuras digitales, llenamos de sentido el trabajo y lo conectamos a los territorios que habitamos y defendemos. Territorios donde el agua fluye, donde las personas somos todas personas y existimos (no solo sobrevivimos) con otras múltiples formas vida. Traer al aquí y ahora de nuestro trabajo diario a quienes han sido cobardemente asesinadas, encarceladas y desterradas por vivir en resistencia nos permite recordar, permanentemente, que podemos transformar nuestros entornos. Que siempre hay otras maneras de verlos y habitarlos, y que como dicen los muros de alguna ciudad: “otra futura es posible”.

Mientras tanto, resistimos

En el modelo corporativo de internet, donde lo que prima es la eficiencia y la automatización de procesos, pareciera irrelevante la manera como nombramos los sistemas y dispositivos necesarios para que la red funcione. La estandarización de formas, tamaños y procesos permite producir más en menos tiempo y a menor costo, generando enormes beneficios para unos pocos. 

Pero también esos modelos están cargados de sentido. Funcionan a partir de referencias culturales como la relación de subordinación entre el padre y el hijo o el maestro y el esclavo (todos en masculino). Valores que se han normalizado históricamente, y que tratamos de eliminar por ser racistas y patriarcales. Nosotras y nosotres (“los otros”) construimos distinto al hacer consciente el ejercicio de nombrar, de recordar y de habitar la infraestructura. Porque ahí guardamos lo que nos importa.

El capital tecnológico es una máquina que se fortalece en sus engranajes. Se alimenta de lo que aprendemos en la academia, nos convierte en mano de obra de bajo costo y nos lleva a realizar acciones repetitivas e iguales para el interés “global”. Así mantiene su poder acumulativo y creciente, obligándonos a esconder, invisibilizar y, con el tiempo, olvidar nuestras formas de vida, nuestras visiones, nuestras culturas e identidades diversas. En ese modelo no hay lugar para los conocimientos ancestrales, artesanales, propios, locales. Quienes lo sostienen deben renunciar a cualquier rasgo de diferencia. O dejarla para el consumo y el ocio. No para la vida.

Ese modelo nos aprieta y parece ahogarnos. Y aunque resistimos, todavía no sabemos del todo cómo sostener una infraestructura otra: aprender y desaprender, crear y jaquear, apagar fuegos y seguir encontrando fuerzas en medio de tanto capitalismo tequi. Estamos metidas en muchos escenarios y todo pasa al mismo tiempo. Seguimos haciendo nuestro trabajo de mantener las infraestructuras alternativas y seguimos sumergidas en el colapso del capital, lidiando con la obsolescencia programada. Pero seguimos en rebeldía, encontrando maneras radicales de transformación, situando el cuidado de la vida en el centro y también alrededor. Seguimos haciendo de los cuidados digitales pequeños rituales que aportan a este tejido multicolor, no importa si es la contraseña del celular o la fuente eléctrica de los equipos.

Jugamos también con los nombres de dominio. Tropicalizamos la lengua escrita y así contaminamos lo que viene de fuera con nuestras visiones y deseos situados, con los idiomas que resisten al riesgo de ser borrados. Este no es un ejercicio nuevo. Lo aprendemos de las comunidades que preservan sus propios idiomas y los mantienen vivos al nombrar, desde sus territorios y cosmovisiones, objetos que no son parte de su cultura como las computadoras o los carros.

No acumulamos, pero sí ganamos

Lo que nombramos, existe. Visibilizar y traer a la memoria son actos de rebeldía. Para nosotras no son suficientes las verdades absolutas de quienes tuvieron y siguen teniendo el poder de escribir la Historia con su mirada capitalista, colonialista, racista y patriarcal. Las palabras con que marcan las tecnologías y sus infraestructuras siguen reproduciendo desigualdad, jerarquías, órdenes binarios y clasistas. Por eso nombramos la ausencia y el despojo. Por eso traemos y mantenemos cerca a las activistas que han sido violentadas por el sistema. Aprendemos de ellas, de sus ideas y prácticas de liberación frente a los regímenes de esclavitud, opresión y muerte.

La memoria puede ser un cable y también un fuego puesto en el centro de un círculo. Alrededor otros fuegos, puros, aguardientes, flores, comidas, aguas, hojas, plantas, semillas, fotos, pañuelos de las diversidades y disidencias étnicas, culturales, espirituales y de género. Y nosotras y nosotres también. Poniendo los conocimientos alrededor de nuestras vivencias, contextos y experiencias, aportando más elementos a este círculo.

Nombrar, en las infraestructuras, es para nosotras agregar nuevos elementos a este fuego que alimenta nuestro trabajo, que le da significado y nos permite reflexionar sobre lo que hacemos y porqué. Nos invitamos a este acto de rebeldía: nombrar y traer a la memoria lo que no se dice, lo que no se ve. Nos invitamos a gritar en las infraestructuras, en los espacios virtuales y físicos, nuestras identidades como mujeres, indígenas, negras, disidencias; nuestras afinidades desde abajo, colectivas y activistas.

¡Alto al exterminio de los pueblos!

¡Gaza existe Palestina resiste!

¡Abajo el patriarcado que va caer, que va caer,

arriba el feminismo que va vencer, que va vencer!

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