Juntas y revueltas: explorando territorios  de la economía feminista es una publicación de Colectiva XXK - Feminismos, pensamiento y acción y SOF Sempreviva Organização Feminista. Este  texto  es  una  elaboración  en  torno  a  algunos   territorios  de  la  economía  feminista,  entendida como  una  propuesta  política  que  articula  contenidos (conceptos, análisis y agenda) y formas organizativas que no disocian lo económico y lo político.

A continuación, re-publicamos el Capítulo 5, sobre economía digital y les invitamos a leer y descargar el libro completo, disponible en español, portugués o inglés.


Un mundo en transformación: digitalización

La digitalización nos parece un proceso ineludible para comprender el mundo en transformación. Nuestro intento de comprenderla es una reflexión muy orientada a la acción: ¿pensamos la digitalización como una nueva forma de control y despojo o como un nuevo común a construir? ¿Cómo se inserta en el conflicto capital-vida y cuáles son, si las hay, las posibilidades de disputa tecnológica?

Digitalización. ¿De qué estamos hablando?

La digitalización no se limita a la transformación de información y partes de nuestras vidas en un lenguaje binario que se procesa en computadoras, sino que se trata de un proceso que se desarrolla junto con lo que se conoce por datificación.Datafication en inglés. La datificación se refiere a la recogida masiva de datos y su procesamiento, así como al hecho de que la acumulación de capital es cada vez más dependiente de esos datos.

La ampliación de capacidad de almacenamiento y procesamiento de los datos ha impulsado la lógica de acumulación, que se basa no solo en recogerlos, sino en generarlos de forma creciente y permanente. Ese proceso, acelerado e intensificado, se añade a los mecanismos de expansión del capital (acumulación/despojo) sobre nuestras vidas (cuerpos, trabajos, territorios y tiempos).

La ampliación de capacidad de almacenamiento y procesamiento de los datos ha impulsado la lógica de acumulación, que se basa no solo en recogerlos, sino en generarlos de forma creciente y permanente.

Es muy común la idea de que “los datos son el nuevo petróleo”, pero nos parece importante comprender, como decíamos, la idea de la generación de datos. De ahí que nos refiramos a mucho más de lo que se hace en redes sociales. Hablamos del internet de las cosas; la agricultura 4.0; los bancos de datos, en creciente expansión, de materiales genéticos (humanos y no humanos). Puede resultarnos más adecuada la formulación de “datos como capital”, que inserta la extracción, propiedad y procesamiento de los datos como aspectos fundamentales de ese proceso de acumulación. Y en ese sentido podemos comprender las iniciativas neocolonialistas (que se presentan como “sociales”) de grandes corporaciones que “invierten” en conectar comunidades y países pobres a internet, con sus medios y plataformas, extrayendo datos que se convierten en su propiedad, en poder y control.

La datificación se desarrolla enmarcada en el capitalismo financiarizado, en las reglamentaciones de los acuerdos comerciales que decían liberar el comercio (mientras aseguraban la propiedad intelectual) y en la ausencia de reglamentación de lo que las tecnologías digitales controladas por corporaciones transnacionales van a desarrollar (lo que también se relaciona con el autoritarismo de mercado y los ataques a la democracia).

La recogida masiva de datos no se da solo cuando uti-lizamos redes sociales, sino también con población-ob-jetivo muy definida. En Brasil, hay un banco de datos en expansión que recoge datos genéticos de las personas encarceladas, que se comparten a su vez con empresas privadas y extranjeras. La lógica sería: cuanto más grande el banco de datos, mayor capacidad de predecir comportamientos a partir de patrones identificados y, por lo tanto, mayor posibilidad de control y de negocio.

No es poca cosa el hecho de que este avance se produzca sobre los cuerpos más atacados y sometidos de nuestras sociedades: por ejemplo, la población negra encarcelada y la población migrante.

Este proceso se configura mediante un entramado de relaciones sociales que a su vez transforma. Su expansión es muy acelerada, así como las transformaciones impulsadas, que profundizan y complejizan el sistema de dominación múltiple. Recordemos que empresas-plataforma como Uber o Airbnb surgieron después de la crisis de 2008, y sus significados en términos de precarización de la vida son muy amplios.

Las tecnologías digitales son, más que herramientas, “lugares”, infraestructuras y plataformas donde la vida, la economía y la política se realizan, donde las políticas públicas y las ciudades se organizan. Por eso, su funcionamiento importa, pero la opacidad es justamente una característica de las tecnologías digitales corporativas. Aunque cada vez más los algoritmos sean los que gestionan plataformas y servicios, sus modos de funcionamiento y sus criterios de elección no son evidentes. Si bien el proceso es acelerado en términos de control y acumulación, no lo es en términos de que los usos y abusos de esas corporaciones sean comprendidos, incluso por los movimientos sociales.

Las tecnologías digitales son, más que herramientas, “lugares”, infraestructuras y plataformas donde la vida, la economía y la política se realizan, donde las políticas públicas y las ciudades se organizan.

En la datificación es evidente la lógica operada por el poder corporativo, en que los datos se convierten en mercancía para la acumulación de capital y sus mecanismos de control. A la vez, observamos la digitalización desde la politización de las tecnologías y la posibilidad de construcción de alternativas contrahegemónicas. Más que rechazar automáticamente todo lo que es digital, rechazamos lo que es estrategia del poder corporativo que se instala contra los pueblos.

La oculta base material de la digitalización

Desvelar lo que se oculta en las tecnologías digitales implica comprender la materialidad de lo “virtual” y de las tecnologías del capital.

La datificación actualiza dinámicas neocolonialistas e imperialistas para sostener esa acumulación de datos sin frenos. Es decir, los minerales para las baterías, la obsolescencia programada de los aparatos y la energía consumida en los servidores, que procesan desde los envíos de correos electrónicos cortos hasta las cadenas de bloques (blockchains) o las “nubes”, demandan el acaparamiento de territorios para la minería (por ejemplo, de coltán y litio), con superexplotación del trabajo.

En esa dinámica, las infraestructuras físicas y los algoritmos propiedad de las corporaciones avanzan para conectar los países más pobres del sur, estableciendo redes de cables y flujos de datos, lucro y más poder hacia los centros de almacenaje y procesamiento de datos corporativos en el norte.

Los proyectos de inteligencia artificial, específicamente las llamadas redes neurales, son los que más energía consumen. Por todo ello, las grandes corporaciones tienen proyectos de compensación, como, por ejemplo, Microsoft, que presenta el objetivo de alcanzar la neutralidad de carbono y, más allá, llegar a ser carbono negativo. O sea, que las emisiones de carbono y el consumo de energía de sus actividades serían compensadas por proyectos de captura de carbono (por ejemplo, los proyectos de conservación de bosques) y de generación de energía renovable. En la misma lógica de los mecanismos de economía verde (y articuladas a estos), las tecnologías digitales están profundamente ancladas en los territorios, y ahí siguen la lógica de desposesión y acaparamiento.

La materialidad de las tecnologías digitales también está conformada por el trabajo, y consideramos este último en un sentido amplio. En él se articulan las transformaciones que las tecnologías digitales impulsan en las relaciones laborales, del mismo modo que los trabajos involucrados en el proceso mismo de producción (desde la materialidad de las tecnologías digitales mencionada anteriormente hasta la producción/generación de los datos que luego serán extraídos).

Siempre que se habla del “fin del trabajo” a causa de la digitalización, se pone énfasis en la cantidad de puestos laborales que pueden desaparecer porque son directamente sustituidos por la tecnología y la automatización. Aunque se trate de una cantidad muy significativa, desde la economía feminista también consideramos el conjunto de los trabajos ocultos e imprescindibles que, combinados, hacen viable el funcionamiento del sistema.

O sea, existen otros trabajos, no tomados en cuenta en muchos análisis, a menudo precarizados y explotados a un ritmo acelerado, que siguen ocultos y sin los cuales esa misma tecnología no es viable. Nos referimos a trabajos en la minería, en las fábricas de ensamblaje de los aparatos informáticos, así como también las funciones que sostienen la infraestructura donde luego sucede todo el proceso digital: ¿quiénes limpian la oficina donde están los ordenadores, por ejemplo?

…existen otros trabajos, no tomados en cuenta en muchos análisis, a menudo precarizados y explotados a un ritmo acelerado, que siguen ocultos y sin los cuales esa misma tecnología no es viable… ¿quiénes limpian la oficina donde están los ordenadores?

Los datos no existen en abstracto. No están ahí en el aire para ser recogidos. Se producen a partir de nuestras relaciones e interacciones, nuestras vidas en común, lo que hacemos conectadas o nuestros trayectos cotidianos. Ese es un punto que no debemos perder de vista: los trabajos que sostienen la vida siguen siendo fundamentales para la acumulación de datos como capital.

Los trabajos que producen esas tecnologías también deben ser visibilizados, así como sus condiciones. Es el caso, por ejemplo, de los microtrabajos que permiten que la inteligencia artificial sea posible (como, por ejemplo, la inteligencia artificial-artificial, de Amazon Mechanical Turk), así como del que puede considerarse un tipo de trabajo no remunerado como es el de las personas conectadas que corrigen una palabra o expresión en una traducción automática de Google o etiquetan a una persona en una foto de Facebook.

Lo que se llama uberización del trabajo llegó a una escala sin precedentes, como la realidad brasileña del trabajo de mujeres para corporaciones como Avon, precaria e informal, donde el vínculo laboral con la empresa no es reconocido. Es un proceso que de forma más amplia se llama plataformización, que alcanza cada vez a más sectores, incluso los cuidados.

El trabajo remoto, que ya se presentaba como “opción” de flexibilidad para las mujeres, se expande durante la pandemia con sus instrumentos de gestión de productividad que suelen controlar aún más los procesos de trabajo, así como las larguísimas jornadas.

La reivindicación del “derecho a la desconexión” empieza a aparecer como parte de los derechos laborales, en un escenario en el que la precarización, la informalidad y la ausencia de derechos son cada vez más la regla. Relacionado con esto aparece el control del trabajo (y del tiempo de las personas trabajadoras) por rastreo de entregas y servicios mediados por aplicaciones (empresas-plataforma), por evaluación directa de los consumidores, etc. No está de más decir nuevamente que todo eso significa producción masiva de datos, perfiles y predicciones.

El trabajo remoto, que ya se presentaba como “opción” de flexibilidad para las mujeres, se expande durante la pandemia con sus instrumentos de gestión de productividad que suelen controlar aún más los procesos de trabajo, así como las larguísimas jornadas.

Control corporativo y resistencias

Para las grandes corporaciones, el objetivo es extraer, almacenar y procesar masivamente datos, cuya naturalización se va promoviendo junto con la perspectiva de que los datos expresan la realidad; desde ahí se genera una confianza en formas determinadas de procesarlos que se consideran incuestionables. La psicometría, el perfil detallado que las corporaciones tienen hoy de las personas, así como el uso que hacen de esos datos, tiene implicaciones muy profundas incluso en nuestras subjetividades, nuestras voluntades y deseos, siempre en el sentido del control y el consumo, de expropiación de las subjetividades.

Prever y predecir comportamientos son formas de vender más productos y de influenciar en decisiones incluso políticas.

Las tecnologías digitales, como todas las otras, no son neutras, reproducen sesgos (ya han quedado comprobados los algoritmos racistas de plataformas corporativas como Twitter y Zoom). Además, tienen un impacto en las políticas públicas, como las de seguridad (en que los sistemas de reconocimiento facial cometen más errores con mujeres negras) y salud (donde son los algoritmos los que deciden quiénes tienen acceso o no a servicios sanitarios).

Las grandes corporaciones convergen en la datificación: Microsoft, Google o Apple invierten en plataformas de salud, cuidado, agricultura, y se articulan en los Estados, llegando incluso a privatizar datos de toda la población (como en Brasil), alegando que ellas tienen más capacidad para garantizar su seguridad. Podemos verlo como una disputa sobre la confianza, que hace que las personas “acepten” sin crítica los términos de extracción de datos (públicos y privados), como si no pudiera ser de otra forma. Y, en esa misma disputa de la confianza, la digitalización avanza en la agricultura, argumentando que se garantiza la trazabilidad (rastreabilidad) del alimento para quienes consumen en las ciudades o bajo justificaciones relacionadas con el clima.

Una serie de tecnologías convergen y redimensionan las formas de control del capitalismo sobre la vida humana y no humana, por ejemplo, con la manipulación de nuestros cuerpos, la biovigilancia, los conductores genéticos, etc. Tener la visión de los alcances de ese proceso es fundamental para comprender lo que pasa, construir resistencia y alternativas, o al menos imaginarlas, rechazando el TINA 4.0.Referencia a la afirmación de Margaret Thatcher: _There is no alternative_ (TINA), que marca la hegemonía neoliberal, acá en la reformulación actual que integra los procesos industriales digitales nombrados como 4.0.

Retomando nuestra cuestión inicial de este apartado, nos parece importante dar lugar a ese debate en el feminismo, persiguiendo también aquí las cuestiones que los movimientos hemos planteado desde hace tiempo al resistir a tecnologías de control y muerte. Pues las tecnologías no son neutras, así como ningún conocimiento lo es, y eso también se aplica a las tecnologías digitales. Son personas reales quienes programan los algoritmos, personas que tienen relaciones sociales y que, especialmente, presentan miradas y objetivos orientados por sus propios intereses.

Son personas reales quienes programan los algoritmos, personas que tienen relaciones sociales y que, especialmente, presentan miradas y objetivos orientados por sus propios intereses.

Las posibilidades de disputa tecnológica y lo digital como un nuevo común que construir se vinculan con dos aspectos claves: la defensa amplia de los servicios públicos, ya que las corporaciones avanzan de la mano de la privatización de cada vez más ámbitos de la vida, y la necesidad de organización de sujetos políticos capaces de dar la disputa, de construir alianzas entre los movimientos populares y colectivos que construyen tecnologías desde los pueblos para la sostenibilidad de la vida.

Así, es muy diferente que se trate de tecnologías digitales y softwares corporativos, o de experiencias en los márgenes del circuito de acumulación.

El movimiento del software libre, en sus procesos de creación y construcción de sistemas operacionales, de información y de softwares, ha recorrido un camino de construcción de comunidad, con principios que se contraponen a la propiedad privada. Detrás de cada herramienta de software libre hay una comunidad activa donde se desarrollan los códigos, se cambian y auditan, donde se enseña y se busca ayuda para solucionar cuestiones de uso; es esto lo que consideramos que aporta seguridad y confianza.

Creemos que existen muchos vínculos entre el software libre y la agroecología, justamente por esa relación de cercanía y proximidad que se establece; desde esa relación se construye la confianza. Se trata de lógicas, en todo caso, contrapuestas a la trazabilidad de las corporaciones del agronegocio o a la de los antivirus de las empresas privadas de software.

El “cómo” se hace la tecnología es también blanco de captación, y se ven iniciativas de “economía colaborativa” en la arena de la tecnología. Pero el cómo aquí también necesita vincularse con el para qué, para quiénes, con base en qué tipo de infraestructura y propiedad. Esos elementos conectan nuestra discusión sobre la digitalización con discusiones anteriores, en concreto la cuestión del entrelazamiento cuerpo-tiempo-territorio, que incluso ponen los límites y son claves para pensar los caminos de alternativas. Las plataformas en software libre, en servidorasServidoras es una forma feminista de hablar de “servidores”, práctica de colectivas de mujeres activistas en la tecnología. compartidas, pueden implicar, para quienes estamos menos acostumbradas, asumir otros ritmos, desacelerarnos, asumir la variable tiempo que es tan importante en el reinicio de nuestras vidas en común, en clave emancipatoria.

Las plataformas en software libre, en servidoras compartidas, pueden implicar, para quienes estamos menos acostumbradas, asumir otros ritmos, desacelerarnos, asumir la variable tiempo que es tan importante en el reinicio de nuestras vidas en común, en clave emancipatoria.

De ahí el sentido de poner los cuerpos como límite a la artificialización de la vida, de defender los territorios de la lógica extractiva que sostiene esa estructura de la datificación. Son ordenadores, cables, conexiones que necesitan luz, etc., y vivimos en un planeta finito. De ahí que se desplieguen nuevas cuestiones: ¿es posible (y deseable) que este sistema alcance a todo el mundo? ¿Cuál va a ser la base material de esa digitalización alternativa que construyamos? ¿Por ser alternativa va a necesitar un consumo energético menor?

También conectamos la discusión de la digitalización con las posibilidades de reforzar o construir comunidad. Entendemos que las tecnologías digitales pueden ser una herramienta muy útil para conectar a la comunidad si las articulamos desde una lógica común, sacándolas del dominio del poder corporativo. Lo digital ayuda a construir en común, pero también sabemos que lo digital no puede ser el terreno único donde construir comunidad. La comunidad requiere territorio, requiere tierra y encuentro de cuerpos. En muchas partes del mundo hay grupos de mujeres y muchos colectivos activistas que se organizan para construir tecnologías digitales activistas y feministas, y hay principios en sus prácticas que los contraponen a la datificación. Es el caso de servidoras que desarrollan plataformas de videoconferencia que no guardan, por patrón, ningún dato de quienes participan, de lo que se habla, etc. Es decir, el registro, recogida, rastreo de datos no es condición para lo digital, pero sí para la acumulación de datos como capital.

Construir más alianzas y procesos comunes desde el feminismo y los colectivos activistas de la tecnología se presenta como un camino para ampliar la comprensión, poner nuevas cuestiones encima de la mesa, encontrar respuestas, impulsar luchas y tejer alternativas colectivas.

Publication date

Year of publication

2021

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