Ya había presenciado diversos ataques a amigas, conocidas, e incluso activistas que

defienden el derecho a navegar seguras en internet. Cuando los ves como una "acompañante"

sientes mucha frustración, coraje e incluso miedo de saber y ver cómo afecta esta violencia en el cuerpo y en la mente de las otras.

 

Una cree -en el imaginario- que no te va a pasar a ti porque has tomado las medidas

necesarias para no ser la próxima pero la realidad es que todas las mujeres, en cualquier parte

del mundo estamos expuestas a ser la siguiente.

 

Aparte, me choca esa idea, esa... de que una tenga que tomar medidas para no ser "la

siguiente". Siempre las mujeres vamos a tener la culpa: que si una manda nudes, que si no las

mandó, que si te tomaste una foto con mucho escote, que por qué andas dando tu número, que

por qué no usaste una contraseña de 16 caracteres con mayúsculas, minúsculas y números...

que por qué no tuviste cuidado con lo que publicaste en Facebook, como dicen... para

nosotras la culpa y para ellos la disculpa.

 

Yo siempre admiro a las mujeres que idean formas de autodefensa, pienso cómo se les pudo

ocurrir o hacer tal o cual cosa. Me llegan a la cabeza las compañeras de Comando Colibrí

cuando dicen “pues ellos se confían porque me ven chiquita, pero en lo que la piensan ya les

metí dos o tres madrazos” o las compañeras de las Autodefensas Hackfeministas con su

-muy sabia frase- de “darle asco al asqueroso” en una situación de acoso callejero. Alguna

vez nos dijeron que nos sacaramos los mocos o nos rascaramos las axilas para romperles su

“ideal” de la mujer que estaban observando. Esas acciones nos darían tiempo para correr o

salir de las situaciones.

 

Esas formas de apropiarse del espacio físico me parecen de heroínas, más en un país, como

este, en el que 9 mujeres son asesinadas al día y más del 40% han sufrido alguna forma de

violencia.

 

Aparte, me choca esa idea, esa... de que una tenga que tomar medidas para no ser "la siguiente". Siempre las mujeres vamos a tener la culpa

 

Haciendo frentre a agresiones y violencias

 

Hice caso a esos consejos y sin querer los aplique en un ambiente digital. En septiembre del

año pasado, el día de la inauguración de La Chinampa Hacklab sufrí un ataque digital. Con el

tiempo estuve reflexionando y caí en cuenta de que esa agresión pudo ser orquestada por

alguien que me conocía y quería hacerme sentir miedo, como una forma de demostrar su

poder sobre mí.

 

Esa semana había sido difícil. Acabábamos de inaugurar un proyecto en el que habíamos

trabajado más de ocho meses y estaba en puerta una convocatoria que era importante. Tenía

muchos lugares en los cuales estar fuera de casa todo el día, poco crédito para mandar

mensajes y tenía que contestar la postulaciones de una convocatoria que era URGENTE.

 

Pensé que las cosas no podrían escalar y publiqué en grupos feministas de Facebook

un flyer con mi número telefónico para que se comunicaran conmigo y fuera rápido. ERROR

FATAL. Esta acción me llevó a entrar en la estadística: ahora soy parte de las 9 millones de

mujeres que en México han sufrido algún tipo de ciberacoso.

 

El viernes 5 de septiembre por la noche me llegó una ola de mensajes a través WhatsApp.

Alrededor de 25 a 30 mensajes de números distintos, los primeros 5 fueron amigables,

preguntaban: ¿cómo estaba?, ¿cómo me llamaba? Se refirieron a mí como "Nueva", les

contesté que yo no era esa persona, pidieron disculpa y se despidieron.

 

Los siguientes se tornaron más obscenos y me causaron mucho miedo. Me pidieron que les

mandara fotos, me preguntaban si la quería pasar bien a través de la cámara web, me

empezaron a marcar de manera directa y a través de la aplicación de WhatsApp me

preguntaban si estaba en casa.

 

La verdad es que no me pude contener y me dió una crisis nerviosa. Me puse a llorar porque no

sabía qué hacer, porque tenía miedo que estuvieran afuera de mi casa, me sentía observada y

en parte sentía coraje porque se supone que yo sé mantener estas cosas, que ya aprendí a

cómo asimilarlo y debía estar tranquila; sin embargo, no pude.

 

La verdad es que no me pude contener y me dió una crisis nerviosa. Me puse a llorar porque no sabía qué hacer, porque tenía miedo que estuvieran afuera de mi casa, me sentía observada

 

Descubrir pactos patriarcales para hacer frente al acoso

 

Lo primero que se me ocurrió fue llamar a una amiga de la que he aprendido mucho sobre

seguridad digital. Me tranquilizó, me dió recomendaciones de cómo colocarme dentro de mi

casa, de revisar si tenía el número vinculado a alguna cuenta - cuestiones de seguridad- y

sobre todo me ayudó a ¡CALMARME! Y sí, lo logré.

 

Respiré hondo y me acordé de las compañeras de las Autodefensas Hackfeministas. Pensé en

todas esas cosas que nos cuestionaron alguna vez. ¿Cómo evadimos el acoso? ¿Cómo

podemos escapar y ganar tiempo en situaciones que nos hacen sentir vulnerables?

En ese instante lo que se me ocurrió fue VESTIRME DE HOMBRE -me imagine a un

hombre heterosexual y cis.

 

Quité mi foto de perfil, quité mi nombre, en mi imaginario heteronormado pensé: ¿Qué es masculino? ¡Un Iron Man!, ¡claro! Puse la foto de Iron Man y

comencé a hacerle la platica a alguno de los chicos que me escribieron en un inicio y fueron

tranquilos. Le dije soy HOMBRE y no sé cómo tienes mi número. Uno de tantos, me explicó

que mi número lo habían rolado en un chat de cybersex en la página chats.com. Todavía

MÁS amable y reafirmando el pacto patriarcal entre hombres me pasó una captura de pantalla

del chat (aunque me dijo que estaba desde la lap y era un poco difícil). Es decir, se tomó la

molestia de sacar su cel y tomar una fotografía de la pantalla.

 

Comencé a responderles a todos de unas formas muy agresivas, muy “MASCULINAS”

-obvio dentro de esta masculinidad tóxica que nos agrede y nos violenta. Mi respuestas

fueron muy sexuales. A todos les cuestioné si querían que los cogiera.

 

Al saberme HOMBRE cambiaron su actitud. Algunos fueron amables, otros me reprocharon

y me reclamaron el por qué les había mentido, por qué les dije que era mujer cuando era una

transexual, una marica, o alguna de esas personas a las que les tienen tanto “miedo” y

“repulsión”. Los pobres sintieron un nivel terrible de homofobia y decepción.

 

Otros tantos me dijeron cosas como: “Ay, wey, lo siento, tu número lo están rolando.”,

“Cabro, tu novio gay se está vengando”. Uno, particularmente morboso al decirle que era

hombre y que me lo iba a coger me reclamó el por qué le había mentido, no obstante

concluyó diciéndome: “perdón, pero quiero que sepas que tu número está en un chat de sexo

en internet”. Otro me dijo: “Yo no hablo con gays”. Machitrolles misóginos, transfóbicos y

homofóbicos.

 

En inicio me sentí enojada, muy enojada por las alianzas que pueden generar entre ellos sin

conocerse. Eres hombre, te ayudo, te explico y hasta podemos ser amigos -propuesta de uno

de los tantos-. Eres mujer: “mamita rica”, “puta por qué andas dando tu número”.

Con el tiempo me di cuenta de que esta fue una excelente estrategia para combatir el

ciberacoso, me hizo sentir muy fuerte, y escapé de esa situación que en otras circunstancias

me hubiera llevado a la paranoia.

 

Me sentí enojada, muy enojada por las alianzas que pueden generar entre ellos sin conocerse. Eres hombre, te ayudo, te explico y hasta podemos ser amigos -propuesta de uno de los tantos,

 

Aprendiendo de experiencias difíciles

 

Son pocas las veces que he compartido esta experiencia, pero siempre que lo hago nos reímos

mucho, nos ha hecho sentir aliviadas, muy divertidas, la hemos propuesto como una forma de

autodefensa en el ciberespacio, y a mí me ha ayudado a entender que no está mal ser grosera,

que no tenemos que ser amables con las personas que nos agreden y que no debemos tolerar

nada.

 

Claro, después da risa. Pero el ciberacoso no es de risa porque el daño que te provocan

repercute en el cuerpo. Las agresiones digitales son tan reales como las físicas, no debemos

tomarlo a la ligera y sobre todo debemos tener muy claro que nunca es nuestra culpa. No es

nuestra culpa que nos acosen, que nos vigilen o que nos agredan porque nosotras tenemos

derecho a sentirnos tranquilas al habitar cualquier espacio.

 

Nuestro cuerpo-máquina no es ni debe ser inofensivo en ningún momento. Es válido ser

furiosas e idearnos estrategias que cuestionen, que pongan inofensivos a los machitrolles,

que los hagan sentir vulnerables. Como dicen un montón de compañeras feministas, el miedo

va a cambiar de bando.

 

Vamos a seguir organizándonos y a generar estrategias de autodefensa colectiva, porque solo

así, juntitas y en manada vamos a lograr erradicar la violencia machista.

 

*Este testimonio fue compartido en el marco del taller "Akelarre contra los machitrolles:

Taller de respuestas creativas a la violencia de género en línea" en Santiago de Chile.

 

 

Ilustración: Constanza Figueroa

 

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