Las comparaciones pueden ser odiosas: a menudo reducen fenómenos complejos a una simple contrastación de rasgos. Así, por ejemplo, Ars Technica titulaba una nota sobre Alexandra Elbakyan como "Un sucesor espiritual de Aaron Swartz está enojando a los editores de nuevo".

En la nota la propia Elbakyan reconocía que no veía en Swartz a un "predecesor" ni consideraba que sus acciones fueran una fuente de inspiración directa para su popular sitio Sci-Hub, algo que pareció no importarle al periodista (hombre) que escribió el artículo. Aún más: Swartz aparecía mencionado en la nota veinte veces (¡incluyendo el título!), exactamente la misma cantidad de veces que aparecía mencionada Elbakyan (una de esas menciones era para acreditarle la foto de portada).

Por supuesto, que a una mujer en un país olvidado del mundo (Elbakyan nació en Kazajistán, una ex-república soviética) se le ocurra la idea de liberar un montón de "papers" científicos no podía ser jamás una originalidad, sino que tenía que ser una "sucesora" (espiritual, para colmo, porque no vaya a ser que la Elbakyan haya realmente construido algo material que le sirve a miles de académicas alrededor del mundo). Pero más allá de lo evidente, esta historia de la "sucesora" oculta algo fundamental sobre la forma en que el Tercer Mundo y estas mujeres han construido las herramientas para liberar la producción científica.

Por supuesto, que a una mujer en un país olvidado del mundo se le ocurra la idea de liberar un montón de "papers" científicos no podía ser jamás una originalidad

En una investigación realizada entre 2013 y 2014 por el grupo Media Piracy in Emerging Economies (a ser publicada por MIT Press) sobre el ecosistema de acceso a los materiales de estudio, que incluyó a varios países en vías de desarrollo (India, Brasil, Polonia, Sudáfrica, Rusia y Argentina), uno de los datos más relevantes fue la forma en que las comunidades académicas de estos países habían resuelto el pobre acceso a los materiales.

Acceso al conocimiento: logros sin quedarse atrás

A nivel global, uno de los primeros resultados encontrados fue que ahí donde habían existido diversas experiencias de retiro o ausencia del Estado en la provisión de ciertas necesidades materiales de acceso a la educación (Sudáfrica con el apartheid, Rusia y Polonia con la disolución de la Unión Soviética, y Argentina y Brasil con las dictaduras militares), los estudiantes (y los profesores) habían tomado la problemática en sus propias manos, de manera completamente irrespetuosa de las instituciones legales vigentes como el derecho de autor. De esta forma, convirtieron el intercambio de información –a través de las fotocopias primero, y de archivos digitales más tarde– en la norma social, de manera totalmente independiente de la norma legal vigente.

Uno de los efectos más perniciosos del Estado soviético fue el enorme mecanismo de censura que se generó para evitar que los ciudadanos soviéticos pudieran acceder a la literatura que se consideraba prohibida, que abarcaba disciplinas tan diversas como ciencias de la computación, sociología y filosofía, pasando por libros de melodramas e historias de detectives. Donde no existía la censura directa, se imponía la escasez material: pocas copias y mal distribuidas.

Pero para un lector asiduo (y el público soviético lo era, ya que el libro era uno de los medios más económicos para entretenerse), no existe nada más estimulante que la prohibición. Stelmakh en "Reading in the Context of Censorship in the Soviet Union. Libraries & Culture", señala que entre 1970 y 1980 la única forma de acceder a esas obras censuradas o mal distribuidas era el mercado negro, que tenía tanta o más importancia que el mercado regular.

Los estudiantes convirtieron el intercambio de información –a través de las fotocopias primero, y de archivos digitales más tarde– en la norma social, de manera totalmente independiente de la norma legal vigente

Los libros llegaban de contrabando, en pocas cantidades y a través del menudeo. Así, el uso intensivo de la fotocopiadora primero y la digitalización "Do It Yourself" (tipeando textos o digitalizando con cámaras de fotos) se volvieron los medios fundamentales para poder intercambiar este material que escaseaba. Junto con la caída de la Unión Soviética cayó la censura, pero también cayó el financiamiento estatal que proveía a las universidades de materiales de estudio y a las imprentas de subsidios para imprimir los libros.

Pero a medida que el acceso a las computadoras y a Internet se expandían, también se modernizaban los medios de intercambio: los materiales que iban a conformar las grandes colecciones de Gigapedia primero y LibGen después ya existían, en una larga red de académicos que había fotocopiado, tipeado y escaneado los libros que le llegaban a cuentagotas a través de la cortina de hierro. Muchas de estas iniciativas tomaron forma en el mismo lugar en el que nació la iniciativa de Elbakyan: foros de usuarios y sistemas de boletines electrónicos. Elbakyan, una kazajastana nacida en las postrimerías de la Unión Soviética, es hija de este contexto, no sucesora de Swartz.

Contenidos digitales: mujeres impulsan acceso abierto

En América Latina la falta de acceso a los materiales de estudio generó iniciativas similares. Fotocopiadoras primero, foros de Internet después, el mundo académico buscó la forma de abrir este conocimiento para ponerlo a disposición de todo el mundo. Y aunque con una suerte diversa, esta también es una historia de mujeres: por ejemplo, en Argentina, fue una mujer, Maria de las Mercedes Jáuregui de Canedo, la primera en enfrentar un juicio por infracción de la ley 11.723 de propiedad intelectual en 1972, por mecanografiar y distribuir material para las clases de sociología.

En la investigación anteriormente mencionada, una de las experiencias destacadas en Argentina fue la de BiblioFyL, un proyecto de biblioteca digital que disponibilizaba archivos para las carreras de la Facultad de Filosofía y Letras, que recibió una intimación legal en el año 2009 por infracción de la ley de propiedad intelectual 11.723. En su enorme mayoría, las encargadas del mantenimiento de esta biblioteca (así como de hacer crecer su colección), eran mujeres. Y cabe decir una obviedad: la profesión de la bibliotecología sigue siendo una carrera elegida mayormente por mujeres.

La industria editorial pertenece al ámbito del "mundo de los negocios", un mundo en el que tradicionalmente las mujeres no intervienen

Valdría preguntarse para una segunda investigación cuántas de estas mujeres ocupan efectivamente posiciones en los lugares donde se deciden las políticas proteccionistas de la propiedad intelectual (tanto en los journals y editoriales científicas como en los órganos como la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual). Conversaciones previas en esta sección nos permiten inferir que deben ser más bien pocas: la industria editorial pertenece al ámbito del "mundo de los negocios", un mundo en el que tradicionalmente las mujeres no intervienen.

En la medida en que la discusión sobre quién tiene derecho a acceder al conocimiento y cómo esté dominada por una narrativa de hombres blancos privilegiados que hacen negocios editoriales con la ciencia y la producción de conocimiento, es difícil que se modifiquen las relaciones de desigualdad, tanto en términos geográficos como de género.

Son las mujeres quienes en su enorme mayoría preservan y garantizan el acceso a este material, pero son también quienes menos posibilidades tienen de discutir el diseño de estas políticas, de influir sobre ellas y de cambiarlas efectivamente. Esto, sin siquiera intervenir sobre los corpus bibliográficos: seguramente cualquier recorrido rápido por la bibliografía de una materia de cualquier facultad nos devolvería una disparidad 70-30 entre hombres y mujeres.

Mientras el mito de la meritocracia siga vigente, a las mujeres no nos quedarán más opciones que calzarnos el parche pirata y capitanear una toma por asalto al cielo de la producción científica. ¡Y a distribuir PDFs!

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