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En mayo de este año, la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF, por su sigla en inglés) anunció que las atletas mujeres cuyos cuerpos producen niveles altos de testosterona deberán reducir dicho nivel a menos de 5 nmol/L desde seis meses antes de competir en eventos de pista de entre 400 metros y 1,6 kilómetros (una milla). Se cree que la decisión de la IAAF apuntaba específicamente a impedir que Mokgadi Caster Semenya corriera en las carreras de 800 metros sin tomar medicamentos para reducir sus niveles de testosterona. La norma quedó provisionalmente suspendida por el Tribunal Supremo Federal de Suiza, lo que le permitió a Caster competir por lo menos hasta el 25 de junio.
 

Si bien ésta última es una buena noticia, es importante pensar en su significado en términos de políticas y del espacio que otorga a géneros y sexualidades no binarias. Ya antes de que Caster fuera sometida a toda una batería de pruebas por parte de IAAF, los medios y el público en general la cuestionaban por ser rápida y atribuían su rapidez al hecho de parecer “masculina”, es decir, a ser una mujer incorrecta. Y todo esto se debe, principalmente, al hecho de que Caster es una mujer negra y lesbiana.

 

La lucha actual de Caster es un ejemplo tangible de que, para las políticas, lo que cuenta son los casilleros y cierta conformidad estática. Cualquier persona o cualquier cosa que no encaje en algún casillero previsto debe ser controlada por la fuerza, con medicación, o con más normas. Al “parecer” masculina una vez, Caster rompió las reglas sobre el aspecto que debe tener una mujer. Y su calvario comenzó, precisamente, porque no entraba en ninguno de los casilleros previstos.

 

 Entonces, ¿qué pasa con las personas intersexo, personas trans y no binarias, o personas no convencionales en cuanto al género en relación a estas políticas y otras? ¿Y qué pasa con los espacios donde se debaten políticas y se toman decisiones?

 

Para la política, todo lo que no cabe perfectamente en dos casilleros es desagradable. Se puede aceptar incluso alguna cosa que requiera más de dos casilleros, siempre que se mantenga la obligatoriedad de los casilleros mismos. Varios gobiernos multiplicaron sus esfuerzos y llamados a cambiar la palabra “género” por “mujer” en las resoluciones de Naciones Unidas, y también hubo otros intentos de restringir el alcance del género a lo binario. Tales llamados suelen apoyarse en ideas biológicas deterministas del género basado en los genitales. La consecuencia tácita es que dichas leyes solamente protegen a quienes no sólo entran en estas categorías binarias, sino que además tienen una apariencia acorde a la normativa de uno de los lados del binario.

 

Entonces, ¿qué pasa con las personas intersexo, personas trans y no binarias, o personas no convencionales en cuanto al género en relación a estas políticas y otras? ¿Y qué pasa con los espacios donde se debaten políticas y se toman decisiones?

Preguntando sobre los derechos de las personas trans

Durante una reunión con un grupo de senadores/as (demócratas) de Estados Unidos, los/as senadores/as nos contaron a mi colega y a mí que el juicio de NALSA sobre los derechos de las personas transgénero en India también se usó para informar las leyes de su Estado sobre los derechos de las personas trans. Dado que el Estado de estos/as senadores/as es conocido por sus leyes liberales para LGBTQ, preguntamos qué cláusulas de la normativa vigente protegen los derechos de las personas no binarias, o no convencionales en cuanto al género. La respuesta que recibimos fue básicamente que ya están luchando por varios temas en el frente de los derechos para LGBTQ, sobre todo en relación a la creciente violencia hacia las personas negras y de color, y explicaron que la idea de contar con géneros no binarios aún es algo lejano en su derecho ya que ellos/as mismos/as, en muchos casos, no terminan de entenderlo.

 

Estas afirmaciones no fueron hechas desde una postura anti-queer u transfóbica, sino desde la sospecha en relación a esos géneros no binarios, que resultan demasiado fluídos como para ser encasillados. Y si no se pueden encasillar, entonces, ¿a quién le otorgamos derechos? ¿Se puede ejercer algún control sobre esa gente? Cuando esta sospecha se apoya en la transfobia, la sutil diferencia es que cis y trans siguen siendo binarios, y por ende han sido comprendidos y apoyados en ese Estado. (Claro que todo ello con la esperanza de que las personas trans se ajusten a las normas de su género autoidentificado.) Nuestra sugerencia a los/as senadores/as fue empezar simplemente por ampliar el alcance de las leyes contra la discriminación basándose en el género, a fin de abarcar todos los géneros y no sólo a las mujeres y las personas trans.

 

Pero las cosas nunca son tan simples.

 

Estas afirmaciones no fueron hechas desde una postura queer u transfóbica, sino desde la sospecha en relación a esos géneros no binarios, que resultan demasiado fluídos como para ser encasillados.

Plantear la cuestión de género en los espacios de debate sobre internet

 

En los espacios de políticas de tecnologías y gobernanza de internet las conversaciones sobre la inclusión de género (léase mujeres) van en aumento, lento aunque progresivo, en un intento de cerrar la brecha digital de género. Pero esta conversación ¿acaso incluye a las personas transgénero y las personas no convencionales respecto del género? ¿Qué pasa con las personas trans que aún no sienten la libertad para expresar la identidad de género elegida? Si no se traen estos temas a la conversación sobre cómo cerrar la brecha digital de género, el debate quedará incompleto y ello se traducirá en una serie de acciones y una implementación incompletas. Un ejemplo, de la gobernanza en internet y los espacios políticos es el Foro de Gobernanza de Internet (FGI) donde la sociedad civil, el sector privado y los gobiernos se reúnen a nivel global, regional y nacional.

Existe un cierto grado de concentración de esfuerzos para garantizar atención a la intersección entre el género y la gobernanza de internet. Ello se hace mediante el uso de Tarjetas de Calificación de Género para determinar la diversidad de género que hay entre los/as participantes, conferencistas y moderadores/as, así como para analizar la dimensión de género cubierta en las diferentes sesiones. Pero estas tarjetas de calificación no siempre se completan y no son obligatorias para todas las sesiones. De hecho, el año pasado hubo una disminución radical del número de Tarjetas de Calificación de Género que se completaron, lo que hace que los datos no puedan usarse adecuadamente. Al registrarse para el FGI global, existen las opciones “hombre”, “mujer” y “otro” en la sección de género. La categoría “otros”, que no contiene ningún espacio de especificación sobre este misterioso “otro” y la autoidentidad es problemática y simbólica en sí misma. Al presentar una propuesta de sesión para el FGI, hay preguntas explícitas incluidas en el formulario para definir si hay diversidad en por lo menos 3 de las siguientes áreas:

 

  • Diversidad de género

  • Diversidad geográfica

  • Diversidad de grupos de interés

  • Diversidad de perspectivas políticas

  • Diversidad de acceso

  • Diversidad juvenil

  • Diversidad local

Lo siguiente es una pregunta para explicar cómo se espera remediar el criterio que no podemos tratar en el momento de presentar la propuesta. Puede ser que se trate de un mecanismo interesante para asegurar una mayor diversidad en las sesiones y evitar manipulaciones del Norte global, pero quisiera enfocarme un poco más en la diversidad de género. Si empezamos la conversación registrándonos como “hombre”, “mujer”, u “otro” sin más espacio para autoidentificarnos, el punto de partida es problemático porque es binario y contiene una tercera opción muy vaga. Esto no ayuda a la gente a pensar en el género más allá de las mujeres, cuando se trata de pensar en los/as conferencistas, moderadores/as y participantes para sus sesiones respectivas.

 

Cuestionando un debate que sigue incompleto

 

Uno de los principales roles del espacio del FGI consiste en funcionar como espacio de diálogo y debate sobre temas emergentes de internet y las tecnologías. Cada vez se discute más sobre grandes datos, decisiones algorítmicas y el rol de Al en los mecanismos judiciales y legales en general, lo cual incluye las tecnologías de reconocimiento facial, bases de datos biométricas, etc. El debate es incompleto si no se estudia a las personas más vulnerables al uso de estas tecnologías.

 

OS Keyes elaboró un documento titulado The Misgendering Machines (Las máquinas mezcladoras de géneros) en el que analiza los últimos 30 años de la investigación sobre reconocimiento facial con el fin de entender, específicamente, por qué se ha extendido tanto el reconocimiento automático de género, y descubrió que los/as investigadores/as utilizaron un modelo binario de género más del 90% del tiempo. Una investigación centrada específicamente en la cuestión del género muestra que más de 80% de las personas lo consideran meramente un constructo fisiológico. Esto implica eliminar la existencia de las personas trans y sus necesidades e inquietudes tanto del diseño, cuanto de las investigaciones, recreando así nuevamente la situación de discriminación.

 

Los/as desarrolladores/as de programas de reconocimiento facial ignoran los géneros, las presentaciones y los procesos de transición no estadísticos. Y esto se traducirá después en acciones discriminatorias. Una investigación de 2015 indica que podrían llegar a utilizarse programas de reconocimiento facial en los sanitarios para mujeres, con lo que si se acerca demasiado algún hombre, sonaría una alarma para avisar al operador. Este es apenas un ejemplo. No se trata únicamente de usar un modelo binario de género, sino también del presupuesto de que el género opera, se presenta y está determinado de la misma manera en todo el mundo. Un estudio realizado en 2018 por MIT indica que los programas de reconocimiento facial existentes han generado un número mayor de falsos positivos en todos los tonos de piel que no fueran blancos, ya que las pruebas se hacen, mayoritariamente, con rostros de personas blancas. La sexualidad y los derechos sexuales, incluso los derechos de LGBTQ (con la posible excepción de la violencia de género en línea) en los espacios digitales siguen siendo algo distante y escaso.

 

 Los/as desarrolladores/as de programas de reconocimiento facial ignoran los géneros, las presentaciones y los procesos de transición no estadísticos. Y esto se traducirá después en acciones discriminatorias.

 

Crear espacios accesibles y seguros para la diversidad sexual

 

Si no se incorpora a las personas de sexualidades, géneros y expresiones diferentes en la mesa de diálogo, las políticas y los espacios de políticas van a quedar muy rezagados en relación a la tecnología existente y las inquietudes que genera. Pero es importante recordar que incluir a las personas trans y no binarias también significa darles un espacio accesible y seguro. Esto incluye proveer fondos para viaje y participación, orientar a los equipos en el espacio en relación a diferentes expresiones de género, lo que implica agregar cláusulas explícitas contra la discriminación de las personas trans y no binarias, contar con instalaciones sanitarias neutras en cuanto al género, elaborar normas para diferentes identidades de género en todas las formas y cuidar el uso del lenguaje en toda la literatura, entre otras cosas.

 

Contar con políticas, leyes y espacios de debate en relación a estos temas sin tener en cuenta la naturaleza fluida del género y la sexualidad en los tiempos que corren es tener una gran estrechez de miras. Y no incluir la diversidad implica una falta de alineamiento desde el comienzo, por lo cual todo lo que se desprenda de ello será no inclusivo y discriminatorio. Como dice Keynes, “los valores no sólo se convierten en sistemas – también, a veces, son el resultado de los mismos”.

 

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