Cuatro amigas protagonistas del Tour Delirio

Con Tour Delirio, María Juliana Soto cruzó aspectos del problema de la privacidad que se ven poco en los debates sobre la tecnología. Con una serie animada acompañada de paseos de salsa en bus por Cali, Colombia, se pone sobre la mesa la cultura que le da potencia a la vigilancia sobre las mujeres. De este modo, y aunque se le ayude poco, Tour Delirio participa en la necesaria innovación educativa que busca incluir un enfoque de género a la cuestión de la privacidad dentro de las nuevas alfabetizaciones digitales.

Hay que bajar el entusiasmo que ve en las nuevas tecnologías la marca del futuro. Al final, buena parte de estos avances han terminado por ponerle herramientas nuevas a lo que se ha hecho ya desde siglos. Así, el control y la vigilancia, más masiva e “inteligente” que nunca, le afecta a las mujeres por partida doble y, por supuesto, también a las personas racializadas y LGBTQI+. Sin embargo, no es raro que en la conversación diaria se busque entender el comportamiento de la tecnología separado de los entramados sociales que definen su uso. Probablemente porque los aspectos culturales con los que se piensa en la privacidad y la vigilancia digital necesitan todavía de enfoques de género que se adapten a realidades más cercanas y vayan más allá de los imaginarios expandidos fuera del mundo mayoritario.

Así nos encontramos con uno de los retos más complejos en la lucha por los derechos de las mujeres: hacer entender de modo general que la vigilancia digital es también un asunto de género. Con la privacidad aún fuera de las manos y el desarrollo constante de tecnologías de espionaje en una región prolífica en ataques en línea contra mujeres y personas LGBTQI+; y que dejó más de 3500 feminicidios en 2018, el enfoque de género en nuestros contextos para la defensa del derecho a la privacidad no es solo importante, es urgente.  

Así, el control y la vigilancia, más masiva e “inteligente” que nunca, le afecta a las mujeres por partida doble y, por supuesto, también a las personas racializadas y LGBTQI+.

Por generaciones hemos cantado, bailado canciones que dicen que somos propiedad de alguien

Los nodos invisibles de lo socio-cultural y los esquivos de la tecnología los logró unir María Juliana Soto con su proyecto Tour Delirio (en adelante, TD). TD reúne varios aspectos que no a todo el mundo se le hubiese ocurrido ver en el mismo plano, que son justamente los que se relacionan con las desigualdades de género y con el problema de la vigilancia ayudada por la tecnología. A este cruce se le agregó, además, un producto cultural poderoso, el de la música, que abre una ventana al modo en el que funcionan los roles dados a hombres y mujeres en América Latina, y que ponen de manifiesto los impulsos de dominación y de control que pululan en estas relaciones.

Conversamos con María Juliana sobre estos aspectos y cómo TD nació de su capacidad excepcional para darse cuenta de lo ordinario. También hablamos de los símbolos culturales que usa el proyecto para hacer entender este problema, que buscan ser más fáciles de reconocer que las metáforas globales que vienen de imaginarios exteriores. Al fin, reflexionamos sobre el papel de la cultura en la comprensión de elementos difíciles de comprender, pero que nos respiran constantemente en la nuca:

MJS: Hemos usado un montón de metáforas para hablar de privacidad y vigilancia: el gran hermano, por ejemplo, o el panóptico… Pero estos son imaginarios importados. Yo empecé jugando a hacer una playlist para dedicárselas a Google y las oficinas de vigilancia. De ahí pasamos a la salsa, que es la música que nos conecta más fuertemente con nuestra ciudad, con Cali. Y ahí encontramos que se ve el amor como una relación de propiedad.

Por generaciones hemos cantado, bailado canciones que dicen que somos propiedad de alguien.

... Yo creía que era pura televisión, puro Black Mirror... 

El objetivo de TD es pedagógico. La campaña se extiende con cómics animados, listas de canciones y además con un tour por las calles de Cali dentro de una chiva (o autobús) equipado con una gran pantalla (algo del día a día de la ciudad). Así, en un ambiente de salsa y de fiesta, muy propio de la atmósfera caleña, se le abre espacio a momentos de aprendizaje en los que se invita a los participantes a notar las numerosas formas en las que la ciudad, el Estado y las empresas privadas pueden echar mano de información personal que quizás ni ellos mismos conocen:

- el otro día una muchacha armó tremendo escándalo en la oficina que porque le habían chuzado [hackeado] el celular...

- ¿Ves que no es mentira? No hay seguridad completa...

- Pero esto es heavy. El cuento es que el novio le regaló el celular...El tipo podía prender la cámara y espiarla.

- ¡No! ¿Eso sí pasa aquí? Yo creía que era pura televisión, puro Black Mirror...

(Escena del primer capítulo de Tour Delirio: Este loco que te mira)

Las anécdotas de TD vienen de hechos reales. Los personajes principales discuten las aristas propias de la vida social y cultural de Colombia. Hablan de eventos en los que parejas instalan cámaras de vigilancia y que terminan en feminicidios, así como riesgos que vienen con el uso de servicios como Uber en los que los conductores contactan luego a usuarias sin su consentimiento. Con las discusiones que tienen lugar en cada capítulo se busca crear conciencia de las amenazas a las que se exponen las mujeres por el abuso de los datos por instrucciones públicas y privadas.

Además, la intersección que TD saca a la luz se extiende y es pertinente mucho más allá de las fronteras colombianas. La intervención de teléfonos por parejas y ex-parejas acosadoras aparece con cada vez más frecuencia reseñada en medios de comunicación, y aunque no haya aún datos oficiales extendidos que registren los casos de violencia que se ayudaron con espionaje tecnológico, no hace falta mucho para poder proyectar los efectos de las tecnologías de vigilancia en la violencia contra las mujeres.

Con las discusiones que tienen lugar en cada capítulo se busca crear conciencia de las amenazas a las que se exponen las mujeres por el abuso de los datos por instrucciones públicas y privadas.

En el desarrollo del proyecto, que ya tiene un año y que fue premiado con la Beca para Medios Creativos de Mozilla, María Juliana no para de encontrar personas que se sorprenden cuando se les resalta el aspecto de género al problema de la vigilancia. La relación género-vigilancia en la conversación sobre el derecho a la privacidad sigue siendo silenciosa y se escapa de la vista de la mayoría de las personas:

MJS: En la experiencia de compartir TD con otras mujeres veo cómo todavía les sorprende la analogía entre la vigilancia del Estado y las corporaciones con la vigilancia que ocurre dentro de las relaciones personales. Ahí hay una oportunidad importante. Con este nuevo sacudón que está dando el feminismo en la región, con las marchas y los movimientos que están teniendo lugar en varios países al mismo tiempo y que reclaman por el fin de tantas desigualdades; con esta conciencia creciente de las violencias que se ejercen contra nuestros cuerpos, nuestras maneras de pensar y de ocupar espacios, es el momento para aprender a hacerle preguntas a la tecnología, de cuestionar el discurso de la seguridad, de darnos cuenta de que estas vigilancias tienen tiempo y que se le imponen de modo abusivo a las mujeres, a las poblaciones afro, a las personas LGBTQI+…

Espacios invisibles de control 

Desde hace un tiempo, investigadoras como Joanna Varón destacan el aspecto problemático en la fuga de datos que viene con el uso de apps hechas para registrar los ciclos menstruales, las etapas del embarazo o las páginas de compras. Ahí se anuncian problemas de privacidad con los que pueden proyectarse numerosos riesgos. El pertinente análisis de Florencia Goldsman y Graciela Natansohn lo anuncia de modo claro: "la vigilancia que aumenta sobre la vida de las personas a través de sus formatos digitales es un tipo de violencia específico que ataca, de forma particular, la libertad de las mujeres para organizarse, expresarse y manifestar su disidencia".

Ya en los años de la dictadura de Videla en Argentina se echaba mano de la vigilancia y el espionaje para registrar los movimientos feministas del momento. Años después, a modo de plot twist, las fichas hechas por oficinas de inteligencia son hoy los registros de la lucha feminista de las argentinas.

Sin embargo, los impulsos del Estado en mantener el ojo sobre movimientos que cuestionan las estructuras de poder no cesan. A las protestas que han marcado el año en toda la región han seguido bloqueos fuertes de medios de comunicación digital, un fenómeno que puede verse como la otra cara de la moneda en cuanto al problema de la vigilancia digital. Sabemos que ha sido el caso en Ecuador y en Chile, y desde más atrás incluso, en Venezuela. No hace falta ir muy lejos para temer por los espacios de comunicación y contacto que han fortalecido al movimiento feminista latinoamericano en los últimos veinte años.

Ya en los años de la dictadura de Videla en Argentina se echaba mano de la vigilancia y el espionaje para registrar los movimientos feministas del momento.

Vale la pena entonces mantenerse al borde del asiento con esta vigilancia, en especial ahora que los movimientos feministas, a pesar de la violencia con las que se les hace resistencia, cruzan las fronteras del continente y se dan la mano a través de espacios en línea. En estos momentos se rompen cada vez más los silencios, se abren espacios de denuncia y los colectivos de mujeres se hacen cada vez más vocales, más visibles, más globales, y que, como TD, buscan hablar de tú a tú con las mujeres de ciertas localidades tomando en cuenta su realidad particular:

MJS: Tour Delirio usa metáforas que vienen de nuestro contexto cultural, del que salen las cifras horrorosas de violencia en América Latina. Las voces fuertes en internet son las que más reciben acoso y violencia en línea. Los abusos de la tecnología tienen declinaciones que obedecen a desigualdades y convenciones de género. Las voces feministas más fuertes son las más atacadas y acosadas.

Esto también es educación 

Una de las contribuciones más innovadoras de TD está también en su propuesta educativa. No solamente porque trae la cuestión del derecho a la privacidad a escenarios cotidianos, sino porque ha sabido identificar oportunidades de aprendizaje fuera de espacios tradicionales.

El proyecto pone a bailar a un mismo son la innovación en el aprendizaje, el activismo y los aspectos de los derechos de internet que deben formar parte de las líneas generales de las alfabetizaciones digitales. Esta combinación es tanto más de importancia cuando se ve cómo el mundo del activismo por los derechos de internet y los espacios que contribuyen con la concepción de las alfabetizaciones digitales crecen y se desarrollan dándose la espalda.

Las leyes tampoco ayudan. Para lograr el proyecto y combinarlo con canciones emblemáticas de la cultura popular, que además prestan su nombre a los títulos de cada capítulo de la serie, hacían falta permisos que no pudieron obtenerse:

MJS: Tour Delirio es un proyecto de interés público, educativo, pero las leyes que contemplan los usos de material bajo copyright en Colombia para fines educativos lo conciben solamente como lo que sucede en un aula dentro de una escuela formal. 

Vaya pérdida. Buena parte de los aprendizajes que resultan hoy imprescindibles en el ejercicio de la ciudadanía y que están relacionados con el mundo tecnológico están teniendo lugar justamente fuera de las aulas, en redes digitales de aprendizaje… y al bailar salsa dentro de un autobús:

MJS: De las cosas más interesantes que pasaron en la chiva que hicimos en Cali es que la gente, al pasar por puntos con cámaras, decía: “¿En qué momento pasó esto?¿Cómo llegamos a tener helicópteros con cámaras que puede identificar rostros?” La gente estaba consternada por no haberse dado cuenta, pero la verdad es que hay nada oculto. Con el discurso de la seguridad pasa todo de modo invisible. Sin embargo, he visto que la gente que ha estado cerca de TD ahora hace preguntas, cuestiona a través de redes sociales en qué se está gastando el dinero público. 

Detrás de estas cámaras hay muchas preguntas que nadie está respondiendo.

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