"33-31-30-29” cuentan a gritos las mujeres desgarradas, unificadas en una sola voz durante las manifestaciones. La cuenta regresiva parece no acabar pero al llegar a 1 las voces se encienden aún más: “Cuando desperté, tenía 30 hombres encima de mí”, repiten las mujeres movilizadas. Aplausos, silencios y emoción refieren a la conmoción que quema, que causa la violencia y que no se apaga en Brasil. Nadie olvidará que en la misma ciudad en donde se realizarán los juegos olímpicos el próximo mes de agosto, una joven de 16 años fue violada por 33 hombres. La violencia no acabó allí sino que se multiplicó a través de la viralización de las imágenes en redes sociales, enviadas por los mismos abusadores que celebraban la violencia colectiva.


Cada 11 minutos una mujer es violada en Brasil, según datos oficiales de las secretarías estatales de seguridad recogidos por el Fórum Brasilero de Seguridad Pública (sin perder de vista que apenas 35% de los casos son notificados). Los datos sobre violaciones salieron a la luz como nunca antes después del caso de la joven violada en Río de Janeiro. También hay que apuntar que el gigante del Sur registra los más tristes récords referidos a femicidios y que en el caso de violencias dirigidas a mujeres negras los números aumentan (ver nota ‘100 veces negras: el futbol, la violencia de género y racial en Brasil’).


En este contexto, los movimientos de mujeres, feministas y ciberfeministas vienen exprimiendo el jugo de las redes para denunciar con fuerza y cuestionar también los usos misóginos de ciertas plataformas que realzan las violencias contras las mujeres y las personas LGBTIQ.


Desde Salvador de Bahía, la doctora Graciela Natansohn, coordinadora del grupo Gig@ de investigación en ciberculturas y género, señalaba (en una entrevista ofrecida al programa Luchadoras.TV ) que estamos ante un “doble crimen”. Primero el ejercido por los jóvenes de la favela en la que fue violada la muchacha (y que luego divulgaron las imágenes del acto a través de Twitter) y segundo a través de la actuación de la justicia machista y patriarcal: “A cinco días de cometido el crimen, esta niña fue sometida a un examen de cuerpo del delito. Un examen clínico que sirve para las pericias de la policía. Los exámenes clínicos no reportaron ningún daño grave. O sea si fuera por esos exámenes clínicos para el poder judicial esta joven no habría sido violentada. El segundo crimen viene a confirmar el primer crimen porque si no hubiera habido esta divulgación (y miren qué infeliz lo que estoy diciendo) si no hubiera habido esta divulgación este crimen hubiera pasado completamente impune. Por que si no hay prueba de delito corporal, según la mirada machista de la justicia, su palabra no vale nada, lo único que tenemos para defendernos es un segundo crimen (la revictimización a través de fotos o videos . O sea: nos tienen que criminalizar dos veces, nos tienen que castigar dos veces para que tengamos algún mínimo de credibilidad de que fuimos violentadas”.


La violencia es el virus


Durante mediados de abril de 2015, una mujer trans, Verónica Bolina, fue detenida por la polícia en San Pablo, sufrió torturas y humillaciones por parte del personal policial. En aquel momento las fotos de lo ocurrido se filtraron y viralizaron en redes sociales, haciendo emerger juicios a favor y en contra de esa persona cuya vida se había puesto en riesgo. “¿Qué hubiese acontecido si las fotos de Verónica no hubiesen caído en internet?”, se preguntaban desde el InternetLab Lucas Bulgarelli, Mariana Valente y Natália Neris: “Por un lado, la divulgación de las fotos de Verónica semidesnuda, sin peluca y gravemente herida en una comisaría de San Pablo, expuso sin consentimiento su intimidad; por otro, el horror traducido por las imágenes acabó aglutinando movimientos e individuos en torno a esa historia. La divulgación en las redes sociales vendría a contribuir a la permanencia de la noticia, además de consolidar a Internet como lugar privilegiado para la propagación de discursos que producían nuevas verdades y circunstancias”1.


Casos como los narrados nos llenan de preguntas acerca de internet: ¿Qué significado tiene la difusión de este material para la persona que fue violentada o humillada? ¿Qué consecuencias tiene para los protagonistas de los hechos difundidos sin consentimiento?


El derecho a la privacidad se ve gravemente violado en todos estos casos y en especial el derecho a una vida libre de violencia. Esa persona o su familia vivirá sabiendo que lo que le pasó a ella está siendo distribuido, replicado y visto potencialmente por miles, incluso decenas de miles de personas.


Para Flavia Fascendini, periodista argentina y editora del sitio GenderIT.org, las consecuencias del reenvío masivo de imágenes íntimas divulgadas sin consentimiento en internet son terriblemente devastadoras para la persona expuesta: “Y diría que es un acto que condensa y expone la sociedad machista, violenta y prejuiciosa hacia las mujeres en la que vivimos. El daño emocional que las víctimas sufren va más allá de cualquier cifra posible. Y el impacto que esto puede tener sobre su vida laboral, sus relaciones personales, su inserción en la sociedad, son monumentales".


Fascendini no cree que la visibilización de la necesidad de justicia deba venir apoyada por que los actos cometidos por los perpetradores se hagan mediáticos. “Cualquier persona con un simple entendimiento de los esquemas patriarcales en los que nuestra sociedad está fundada, y con conocimiento de cómo la vida en línea se ha vuelto indisociable de la vida fuera de ella, puede comprender que este flagelo va a continuar si no hacemos algo. Ese ‘algo’, no necesariamente consiste en darle una visibilidad amarillista en los medios, con detalles sobre las víctimas, el contenido de las imágenes. Ese ‘algo’ debería apuntar a abrir un diálogo sincero e informativo acerca de lo que esto implica para las mujeres que resultan víctimas, y para todas las personas como sociedad. Y dejar en claro que esto es violencia”.


Primavera violeta con respuestas ciberfeministas


Quienes seguimos el día a día de los debates en redes sociales hemos atestiguado la fuerza de la campaña #MeuPrimerAssedio, que comenzó en Brasil con la colectiva ThinkOlga invitando a denunciar los primeros abusos sexuales que las mujeres sufrimos en la historia. Esta primera campaña fue relanzada en español como #MiPrimerAcoso, impulsada por las periodistas de Colombia y México reunidas en Esterotipas, que coincidió en la agenda con la gran marcha del #24A mexicano.


Ante la enorme resonancia, 80 mil respuestas en el caso brasileño y más de 100 mil respuestas en español, resulta más que obvio que hay una necesidad gritante de que las mujeres podamos hablar del abuso sexual y sexista que recibimos a diario en las calles, trabajos, universidades o en el transporte público. Pero ¿qué pasa cuándo esas denuncias se realizan sólo en redes sociales y no llegan a registrarse más que en los muros de las plataformas comerciales como Facebook y Twitter?


En Salvador de Bahia el caso #MeProcessaFael pone sobre la mesa algunos de los riesgos de confiar demasiado en las redes sociales y su capacidad de hacer justicia por el simple hecho de publicar acusaciones con nombre y apellido. El caso de Sofía Costa, una joven bahiana que denunció al cantante Fael Primeiro por haberla violado durante el carnaval de 2015, muestra que la justicia patriarcal revictimiza a la denunciante. Sofía denunció a su presunto violador primero en Facebook pero el acusado logró juntar rápidamente pruebas para procesarla con la causa de calumnias e injurias. La víctima terminó cumpliendo con una obligación impuesta por la justicia brasilera que desoyó sus argumentos. Sofía fue sancionada y enviada a realizar trabajo comunitario para poder cumplir una pena que había comenzado con su propia denuncia. Los medios locales le dieron la voz al presunto violador y Sofía fue presentada en los titulares así: “Joven cumple pena alternativa después de denuncia calumniosa contra Fael Primeiro”.


Con #MiPrimerAcoso ocurrieron varios fenómenos sobresalientes para pensar nuestras luchas en las redes. A partir del primer impulso, la campaña se desdobló en otro hashtag, #YoDenuncieY, que intentó dar seguimiento a la carrera de obstáculos burocráticos y revictimizantes que colocan las oficinas de gobierno al momento en que una mujer se decide a denunciar. Otro fenómeno particular y hasta se podría pensar que “positivo” (si algo puede rescatarse de las denuncias de abuso) es que, reunidas bajo el hashtag #MiPrimerAcoso, varias internautas se dieron cuenta que había varias víctimas del mismo violador y ahí es que decidieron hacer un escrache.


La revista digital feminista La Que Arde considera que el escrache a Felipe Oliva tuvo múltiples repercusiones positivas, entre ellas que la denuncia de nueve mujeres generó la respuesta solidaria de una red de feministas para denunciar públicamente a este abusador, y que en consecuencia, 12 mujeres más rompieron el silencio sobre los abusos que habían vivido a manos de este personaje. El director de teatro mexicano Felipe Oliva fue señalado durante la campaña #MiPrimerAcoso como acosador en el marco del Teatro Enrique Lizalde.


Dicho escrache también despertó la solidaridad y el eco por parte de personas que integran el medio teatral en México, explican desde el medio feminista: “Varios de los compañeros de las denunciantes visibilizaron a su vez los abusos que habían visto perpetrar a Felipe Oliva a lo largo de los años, lo que demuestra una vez más que cuando una mujer se atreve a denunciar abuso sexual es muy probable que existan otras que lo hayan sufrido dentro de esa comunidad o espacio”.


Es importante pensar que desde México se crearon algunas estrategias para atajar el inevitable contraataque de la revictimización de las denunciantes. “Dentro de la dinámica colectiva que marcó el rumbo de las acciones, fueron el criterio y la decisión de las denunciantes. Nadie en ningún momento cuestionó su decisión de denunciar o no denunciar por la vía penal a su agresor. También fue decisión exclusiva de ellas si participarían activamente o no en el escrache, y, después del mismo, si figurarían públicamente, si lo harían con sus identidades reales o desde el anonimato. También decidieron a qué medios de comunicación se darían entrevistas y a cuáles no. Las redes de apoyo, Casa Mandarina y Red No Están Solas, RedNES, dieron desde el inicio un seguimiento y apoyo a las decisiones de las denunciantes, brindándoles además acompañamiento durante todo el trayecto en lo emocional y lo legal, y liderando las acciones tanto en medios de comunicación como en redes sociales”.


Para las integrantes de RedNes, “las campañas deben enfocarse en los agresores y el tipo de agresiones, no en las denunciantes, es decir, mantener su anonimato para evitar ataques hacia sus personas. No obstante, lo más importante es que las decisiones sobre todas las acciones y las formas de llevarlas a cabo deben ser tomadas por las denunciantes, ellas deben tener la voz”, insisten.


En este marco, los ataques cibernéticos no se hicieron esperar: un ataque DDoS (más conocido como de “Denegación de servicio” , el sitio recibe más visitas de las que puede gestionar y cae) inhabilitó la página La Que Arde durante dos semanas, acompañado de agresiones y pedido de baja de página en Facebook por parte de trols en redes sociales. De regreso con el sitio en el aire, las compañeras de La que Arde se sorprendieron de la cantidad de clics nuevos que habían recibido en las notas que destaparon la olla del abuso sexual.


Respecto del autocuidado digitalm las integrantes de RedNes aportan un aprendizaje: “Tener una comunicación constante, siempre bajo acuerdos de seguridad para no poner en peligro a las colectivas e individualidades, ya que pueden existir riesgos. Un ejemplo es que durante el escrache puedas perder tu celular, el cual contenga las conversaciones en chats o documentos para la protesta o información de las compañeras que pueda dañarlas”.


Para las activistas es necesario resaltar que el escrache como acción directa consiguió una resonancia que llegó inclusive a meterse en la agenda de los medios de comunicación hegemónicos mexicanos, en los que son usuales los contenidos misóginos que contribuyen a degradar a las mujeres. “Aprendimos que el grito es igual de digno y empoderador. Gritando juntas el silencio se rompe más fuerte, de maneras irreversibles. Tomadas de la mano transformamos caminos que serían sórdidos y desoladores en cauces luminosos y esperanzadores”. Y así, entre todas, ocupando calles y redes, reescribimos el guion de la historia.


Este artículo se publica con permiso de Pikara

1 BULGARELLI, Lucas, VALENTE, Mariana e NERIS, Natália, Interlab, E se as fotos da Verônica não tivessem vazado na internet?,

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